Una imposición llamada concertación

Miguel Ángel Lara Sánchez

Cuando la telefonía fue privatizada en México en el año 1990, tanto el gobierno federal como los directivos de Teléfonos de México -la empresa que prestaba el servicio de manera preponderante-, emprendieron una serie de acciones para poner a punto dicha empresa. Las más importantes de ellas fueron la realización de un diagnóstico del sector y un programa de mejoramiento del servicio, que arrancaron desde tres años antes; la aceleración de la tecnología electromecánica por la digital, la sustitución de la división del trabajo convencional basado en el fordismo que llevó a la sustitución de los convenios departamentales por perfiles de puesto, la fijación de un modelo de calidad y productividad, y un proceso de negociación con el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana (STRM) en 1989 que culminó con la eliminación de importantes derechos laborales que se habían plasmado en el contrato colectivo de trabajo. La mayoría de estos ejes ya han sido analizados en documentos anteriores.[1] Toca ahora la exposición de este último aspecto, mismo que se aborda en este material: Una Imposición Llamada Concertación, escrito apenas dos meses después de que culminara tan claudicante negociación.

abril de 2013

When mexican telephony was privatized in 1990, both the federal government and the Teléfonos de Mexico´s mannagers, -the ruling company providing these service-, undertook a series of actions to bring about that company. The most important of these were the realization of a sector diagnosis and service improvement program, which ripped from three years earlier, the acceleration electromechanical technology for digital, replacing the conventional division of labor based on Fordism that led the change of departmental agreements for job profiles, setting a new quality and productivity model, and a negotiation process with the Telephone Workers Union of Mexico (STRM) in 1989 that culminated in the elimination of important labor rights which had resulted in the collective bargaining agreement. Most of these lines have already been discussed in previous papers. [1] It is now the exposure of the latter, the same that is addressed in this item: An Imposition Called Agreement, written just two months after negotiations culminating so lame.

April 2013

Una imposición llamada concertación

Las opiniones sobre la llamada “concertación” para la modernización provenientes de los funcionarios de Estado y del Comité Ejecutivo Nacional del STRM maquillan los resultados de una manera tal que pareciera que todos ganamos, sobre todo los telefonistas sindicalizados. Comunicados de prensa, discursos en las asambleas y mítines, declaraciones oficiales, etc., todos ellos dan a entender que en la negociación que concluyó en días pasados (abril de 1989) hubo logros sustanciales a los trabajadores. Nada más falso, pues las palabras bonitas esconden el costo político, económico y laboral que tan caro pagaron los telefonistas.

Las siguientes líneas exponen de manera detallada lo que tan insistentemente ocultan nuestros “líderes” y funcionarios a todos los niveles.

I El respeto al Contrato Colectivo

Poco antes del comienzo de la negociación, el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) solicitaba la anuencia de los telefonistas para entrar a la “concertación” bajo tres principios fundamentales: el respeto al Contrato colectivo, a la planta de trabajadores y a la estructura sindical. En otras palabras, se negociaría la forma en que iba a quedar el Sindicato de Telefonistas y la propia empresa frente a la modernización y frente a la política de desarrollo del Estado, respetándose las tres condiciones aludidas e incluso mencionadas públicamente por Hernández Juárez en la Asamblea de la Sección Matriz de febrero de 1989. Analicemos la primera condición:

La modificación más importante que se hizo al Contrato Colectivo de Trabajo (CCT) fue la relativa a la Cláusula 193 donde se regulaban los términos de la modernización de la planta telefónica. Es la de mayor trascendencia porque desde 1980 y por varios años más el cambio tecnológico es el motor de las transformaciones productivas, laborales, económicas y sociales de la telefonía. Por la modernización se sustituyen equipos ya obsoletos por otros de mayor rendimiento productivo, se establece una nueva administración de la empresa, se modifica sustancialmente la materia de trabajo, así como la totalidad de las condiciones de trabajo; la capacitación, la calificación de la mano de obra, las relaciones de autoridad entre el trabajador y el patrón; se disminuye sustancialmente la materia de trabajo por el incremento del contratismo y la privatización de la telefonía, etc.

Se entiende, pues, que por la importancia y el impacto laboral que reviste la modernización, para los telefonistas era indispensable que su voz y participación decidida se hicieran sentir frente a la empresa y el Estado mismo. Por estas razones y a raíz de la presión constante que hicieran los propios departamentos, es como en 1988 se pactan en el CCT los términos de la participación del sindicato en la modernización de la planta telefónica, bajo el principio de la equidad entre las partes. ¿Cuál fue el saldo de la “concertación” al respecto? Veamos.

Lo primero que salta a la vista es el rompimiento de la equidad entre la empresa y el sindicato con respecto a todo lo que se refiere a la modernización de la telefonía. Con el Contrato Colectivo de 1988 habíamos logrado voz y voto en casi todo lo relativo a los proyectos de modernización. Hoy la balanza se ha inclinado escandalosamente del lado de Telmex; el autoritarismo ha vuelto a cobrar fuerza, alterando sustancialmente la relación entre el capital y los trabajadores en el punto fundamental que determina y condiciona los restantes aspectos de la vida laboral, económica y social de los telefonistas.

Antes de que esto ocurriera, se nos inculcaba hasta la médula que la negociación iba a ser una “concertación para la modernización”. Así lo planteaban los representantes del Estado, desde el funcionario de menor rango hasta el Presidente impuesto. Estas declaraciones daban por entendido que no había negociación alguna que anteriormente estableciera los marcos legales para la modernización de la planta telefónica. Nada más falso, pues ya en 1986 se pactó la primera versión de la Cláusula 193 que precisamente regulaba esta situación.

Con el contrato colectivo de 1988 podemos afirmar sin lugar a dudas que esta “concertación” ya existía a través de esa cláusula. Incluso, se encontraban perfectamente delineados prácticamente todos los requerimientos indispensables para la modernización de la telefonía y en una equidad tal, que se garantizaba plenamente la sustitución de las viejas tecnologías por otras a la altura de la competitividad internacional, sin menoscabo de los derechos de los usuarios, del Estado, de Telmex y de los telefonistas mismos. Con la Cláusula 193 se alcanzaba el punto óptimo de equilibrio de los intereses de las partes involucradas, necesario para un desenvolvimiento pleno de la modernización.

Por lo tanto, y como se revela palpablemente en el cuadro anterior, la llamada concertación fue en realidad una negociación para abolir la concertación que ya existía. Concertar significa traer a identidad de fines puntos de vista diferentes; esa identidad de fines ya estaba negociada y plasmada como derecho contractual de ambas partes. Lo que sucede en realidad es que la manera como estaba plasmada tal relación, no le fue de buen agrado al Estado y a Telmex por el margen de participación que teníamos. Consiguientemente, aquellos tuvieron que acudir al disfraz de crear algo nuevo para destruir la concertación que ya existía, esto es, para esconder el golpe que se nos asestaba.

La productividad y la calidad del servicio

Bajo el Contrato Colectivo anterior, el sindicato participaba en un órgano mixto: el Comité Central de Productividad, el cual definiría de común acuerdo lo concerniente a la productividad del trabajo y la calidad del servicio, en el entendido de que se concebía a la productividad no como la simple proporción existente entre el trabajador y su rendimiento productivo, sino como la “óptima articulación entre el incremento cuantitativo de la producción, el mejoramiento de su calidad, … de las condiciones de trabajo y de vida y de la capacitación productiva del propio trabajador”. (Cláusula 193 del CCT de 1988).

Se hacía énfasis, pues, en hacer extensivos los beneficios de la productividad a las condiciones de vida y de trabajo de los telefonistas. Sin embargo, este enfoque de equidad también le desagradó a la empresa y al gobierno en turno, pues se eliminó tajantemente. Hoy sólo se le da al sindicato la posibilidad de sugerir y hacer recomendaciones sobre la calidad del servicio sin compromiso alguno de que la empresa esté obligada a instrumentarlas.

La flexibilidad del trabajo

Muchas ocasiones insistió la empresa en que la división del trabajo basada en los 57 departamentos con sus respectivas categorías a escala nacional ya constituía un freno para la implantación de los proyectos de nueva tecnología. Esto es una verdad a medias. Primero, porque, ciertamente, las nuevas tecnologías requieren de una nueva organización del trabajo menos encasillada a tanta división al interior del proceso productivo, resultado de departamentos diferenciados o con materia de trabajo similar, una vasta existencia de categorías y gradaciones al interior de cada departamento, etc. Segundo, porque conforme se extiende el automatismo a escala nacional y en toda la planta telefónica,, el trabajo se va simplificando aún más, hasta llegar a la uniformación de actividades que antaño estaban plenamente diferenciadas. Es lo que sucede, por ejemplo, con la masificación del uso de computadoras y a su vez, es lo que explica la necesidad de una nueva división del trabajo más sencilla. Pero hasta aquí llega la parte de verdad de los reclamos de Telmex por hacer más flexible el trabajo.

Si estuviéramos con una aplicación de las nuevas tecnologías al 80-90% de toda la planta telefónica, la propia realidad nos hubiera orillado a todos –con o contra nuestra voluntad- a modificar la forma de organización en que laborásemos, aunque la empresa no lo hubiera planteado. Sin embargo, en la actualidad todavía no llegamos a ese momento; las propias declaraciones de Telmex y del gobierno en turno nos indican que la modernización de la planta telefónica apenas representa entre el 12 y el 15% del total, hecho que contraviene la tan cacareada versión de Telmex acerca de que los 57 departamentos eran un obstáculo a la modernización. Aquí comienza la mentira.

Lo pactado en la Cláusula 193 del CCT de 1988 aseguraba la expansión natural del automatismo y de todo lo que oliera a modernización sin lesionar los intereses de la empresa y del sindicato, precisamente porque el porcentaje de afectación a la planta telefónica no es considerable todavía, y no lo será por unos cuantos años más. La expansión acelerada de los proyectos de modernización, si era necesaria, estaba garantizada a través de los mecanismos pactados en esta cláusula.

Pero lo que generaba era una creciente valorización de la mano de obra al tener que pagársenos el 15% de sobresalario por labores nuevas ahí donde los proyectos hicieran su aparición o bien, incrementos salariales y negociación de las condiciones de trabajo al tener que revisarse los convenios departamentales. Por lo tanto, estaba abierto el camino para que la empresa retribuyera a los telefonistas sindicalizados parte de la riqueza generada por el uso de equipos de nueva tecnología y la mayor intensidad del trabajo a través de las revisiones de convenios, hecho que confirmaba la acción participativa de los trabajadores en la modernización de la telefonía.

Si la implantación de los proyectos requería de una mayor flexibilidad y movilidad del trabajo, esto estaba garantizado a través de los mecanismos pactados en la Cláusula 193 conforme se fueran involucrando los departamentos, de manera progresiva.

Por todo esto, la reducción de los 57 departamentos a 31 especialidades, la sustitución de lo pactado en materia de trabajo por redacciones más genéricas en los perfiles de puesto, la reducción sustancial del clausulado administrativo de los convenios departamentales, el establecimiento de cláusulas que le dan casi plena libertad a la empresa para movilizar a los telefonistas y su materia de trabajo de un lugar a otro y de una región a otra y, sobre todo, la abolición de los pasos, mecanismos y contenidos de participación del sindicato para la implantación de los proyectos de modernización, no tienen histórica, política ni laboralmente justificación alguna. Esto constituye una abierta imposición, un aborto por la empresa y el Estado de aquellas formas participativas de los telefonistas; es la respuesta insolente del capital a las legítimas aspiraciones de la clase obrera en el umbral de la modernización.

Por otra parte, al Comité Ejecutivo Nacional no se le puede juzgar de una forma menos dura. Su propuesta consistía en la formación de cinco áreas que en un principio las presentó como un tipo de agrupación de las negociaciones (conmutación y transmisión, planta exterior, tráfico, comercial y administrativos, y servicios generales) pero que posteriormente las abrió como un proyecto de integración para los 57 departamentos. La intención de principio consistió en fusionar a los departamentos en estas cinco áreas, pero cuando encontró el rechazo de los telefonistas –tráfico, redes y varios departamentos administrativos-, retrocedió momentáneamente y comenzó a graduar los momentos de la integración. Así le tocó llegar a la “concertación”.

Pero tanto la propuesta de Telmex como la del CEN no correspondían ni se adecuaban al grado de automatización de la planta telefónica. Ambas partían de que la modernización ya estaba presente en la casi totalidad de la misma. Afirmamos esto porque la propia naturaleza de tales propuestas presupone tomar como base una afectación casi plena de la automatización apoyada en la microelectrónica. En el mejor de los casos, si el CEN vislumbraba su proyecto como una propuesta de largo plazo, en lo inmediato salía rebotado en los departamentos al querer forzarlos para intgrar las cinco áreas desde estos momentos.

Otro rasgo común a las propuestas de la empresa y del CEN es el referido a la disolución de los convenios departamentales. La postura de la primera fue clara desde fines de 1987: sustituir los convenios por perfiles de puesto e integrarlos al contrato colectivo como anexo del mismo, aboliendo las revisiones periódicas de éstos. La propuesta de la cúpula juarista nunca se manifestó abierta y resueltamente por conservar lo medular de los convenios, así como sus revisiones periódicas. incluso llegó a sostener que lo importante era asegurar los puestos, aunque se perdiera la materia de trabajo. Nosotros preguntamos: ¿qué sería de los puestos sin materia de trabajo? La desaparición de los mismos. Sus propuestas nunca fueron más allá de las cinco áreas y las fusiones de departamentos, sin especificar las condiciones bajo las cuales se daría tal integración. En esta indefinición y coqueteo de la postura del CEN ante las propuestas de la empresa siempre se observó la coincidencia del primero por abolir los convenios departamentales. Más abajo evaluaremos detalladamente los resultados de la “concertación” al respecto.

Finalmente, había una tercera posición que emanaba de varios departamentos la cual, aunque coincidía con la formación de las cinco áreas, sin embargo esto lo consideraban como un planteamiento a largo plazo, mientras que en el corto plazo se dieran las fusiones departamentales de manera natural y voluntaria, de acuerdo a los ritmos de expansión de la modernización en la telefonía y sin que se perdieran los convenios departamentales como forma básica de defensa de los intereses de los departamentos fusionantes. Antes al contrario, enriquecidos por las nuevas necesidades de reglamentación que brotaban del cambio tecnológico, así como de las nuevas condiciones de trabajo. Era esta la propuesta que coincidía plenamente con los ritmos de implantación de las nuevas tecnologías y requerimientos de modernización de la empresa sin menoscabo alguno de sus intereses y los de los telefonistas sindicalizados, la cual daba una respuesta lógica a lo inmediato sin perder de vista las tendencias futuras de integraciones departamentales a mayor escala. Pero lo que el Estado y Telmex hicieron con la imposición de los perfiles de puesto fue adelantarse en forma por demás exagerada a las necesidades futuras de la automatización haciendo recaer el costo exclusivamente sobre el sindicato, en un momento en el cual tenían todo el respaldo del aparato de Estado, producto de la política laboral del gobierno en turno, así como de la docilidad y servilismo del Comité Ejecutivo Nacional por su interés de conservar el poder del sindicato en momentos en que los “guías morales” y líderes “vitalicios” son sustituidos por nuevas figuras igual de corruptas pero menos quemadas y más fieles al sistema priísta.

La capacitación

Con lo pactado el 14 de abril la capacitación al sindicato también sufre un descalabro. De tener asentado en el CCT de 1988 la obligación por la empresa de capacitar “al total del personal de los Departamentos en donde se deban desarrollar las nuevas labores”, hoy únicamente la empresa se compromete a capacitar “a las personas de la o las categorías necesarias para el establecimiento y atención futura de los proyectos de acuerdo a los requerimientos de los mismos”. Asociado con el acceso de los telefonistas sindicalizados de alta especialización para actividades de investigación y desarrollo, con esto se consuma la elitización de los conocimientos y de la capacitación derivados de la modernización. La empresa sabe que extendiendo la capacitación a la mayor parte de los telefonistas mejora sustancialmente tanto la calidad del servicio como la productividad del trabajo, pero prefiere sacrificar parte de esto último con tal de descalificar a sus trabajadores y privarlos del conocimiento sobre los adelantos tecnológicos.

Desgraciadamente, aquí no concluye la descalificación que nos impusieran mediante la llamada concertación. Con la supresión de las subcomisiones mixtas departamentales de capacitación se priva aún más a los telefonistas sindicalizados de los conocimientos necesarios y se les restringe el derecho a participar en estos órganos de representación y decisión, ya que de hoy en adelante las funciones que desarrollaban las 57 subcomisiones departamentales de capacitación las harán solamente 17 comisiones distribuidas a nivel nacional, compuestas únicamente por 5 representantes de los trabajadores sindicalizados en cada una de ellas.

II El empleo

La política de empleo de Telmex ha afectado sustancialmente la contratación de personal sindicalizado. De estar limitado el personal de confianza al 5% hace décadas, hoy llega al 14.74% del total, y si bien el crecimiento promedio del total del personal ocupado a partir de 1980 es del 7%, no dudamos que la proporción de ingresos del personal de confianza sea mayor que el ingreso de los telefonistas sindicalizados por el visible aumento de los primeros en los últimos años.

Fue hasta 1987 que hubo un incremento sustancial de personal (9.85%), pero a partir de entonces la contratación de personal sindicalizado ha permanecido estancada. Dicha situación se vio reflejada en la revisión del contrato colectivo de 1988 al quedar plasmada únicamente la posibilidad de aumento de personal sindicalizado por la modernización. Si esta posibilidad ya constituía un serio golpe al empleo de los telefonistas, con la supresión de compromiso alguno por Telmex de incrementar la contratación por modernización se acentúa la ofensiva contra el sindicato.

Ésta se consuma con las modificaciones a la Cláusula 71. Aunque a últimas horas y por la presión que hicieran los delegados al CEN en la Asamblea Nacional, se incluyó un párrafo en el protocolo que compromete a la empresa a respetar el personal existente. Sin embargo, en la Cláusula 71, inciso b, quedó plenamente legalizado el reajuste de personal en casos de imposibilidad del trabajador afectado para trasladarse a otro punto del país cuando no exista vacante en su Especialidad o a la que se le capacite.

En adelante, la poca influencia que el sindicato tenía para nuevas contrataciones de personal se ha perdido, ya que ahora se harán de acuerdo “con la productividad y las necesidades del servicio” (Cláusula 27-g), es decir, bajo criterios en los cuales el sindicato tiene reducidas posibilidades de intervenir.

Asimismo, en dicha “concertación” se rompió la equidad establecida en el Transitorio 7 del CCT de 1988 con respecto a la asignación de las 600 plantas a que aludía dicho contrato y se imponen los criterios unilaterales de la empresa.

III Los perfiles de puesto

Una vez desmantelada la influencia del sindicato en los proyectos de modernización, es decir, en aquello que marca la pauta del progreso de la telefonía el siguiente paso consistió en romper con la tradicional forma en que se desarrollaba el trabajo. ¿A qué nos estamos refiriendo? A lo que estaba estipulado en la Cláusula 12 del CCT de 1988, esto es, a la obligación de “desempeñar únicamente las labores que normalmente sean inherentes al puesto que ocupan (los trabajadores) en la forma, tiempo y lugar convenidos, por la Empresa y el Sindicato”.

Esta cláusula nos marcaba un modo específico, una forma peculiar de cómo debíamos desempeñar nuestras labores: de acuerdo al puesto que ocupábamos. De esta manera, no estábamos obligados a realizar labores de otros puestos, sino únicamente las del puesto donde estuviésemos asignados. Tampoco eran cualquier tipo de labores, sino solamente aquellas que cumplían el requisito de ser normalmente inherentes al puesto. ¿Cómo las ejecutábamos? La misma cláusula lo dejaba perfectamente claro: en la forma, tiempo y lugar convenidos por la empresa y el sindicato.

Para ser más claro, la empresa necesariamente se tenía que poner de acuerdo con el sindicato para definir estos criterios, ya fuese en las negociaciones de los convenios departamentales o bien, en las negociaciones particulares que se daban en el puesto de un trabajador cuando éste no estaba de acuerdo en la forma de desarrollo de las labores, en los horarios de trabajo o el lugar específico que le asignaban.

Esta forma de realización de las labores no brotó de la nada. Surgió a principios de siglo en los EUA y fue copiada por las empresas telefónicas que existían en ese entonces. El rasgo esencial de esta forma de trabajo consistía en asignar al trabajador a un lugar específico para así controlar mejor sus movimientos laborales. Lo que hacían con la materia de trabajo era desglosarla a tal grado que al trabajador le quedaba sólo la realización de labores rutinarias, monótonas y lo más simples posible. El sueño dorado de esta forma de trabajo era tener a cada telefonista atado a un puesto fijo, realizando unas cuantas labores repetitivas durante toda su vida laboral, con un solo tipo de instrumentos de trabajo y cronometrados todos sus movimientos. A principios de siglo, este sistema no estaba tan perfeccionado, pero conforme fue desarrollándose la telefonía, se dividió más y más el trabajo hasta individualizarlo en función de cada puesto.

Si bien esta forma de trabajo representó para la empresa durante décadas una intensificación sin precedentes de la actividad de los telefonistas, una óptima utilización de las materias primas y de si equipo así como una explotación desmedida de la mano de obra a través de la fijación de estrictas rutinas de trabajo y del control cronometrado hasta de los movimientos más simples del trabajador, con la modernización de la empresa que comenzó a principios de los años 80, este modo de trabajo ya no fue tan compatible con las características de la nueva tecnología. ¿Causas?

Primera, porque al fijarnos la empresa a un puesto de trabajo, las formas de defensa que nos fuimos creando como trabajadores giraban en torno al puesto mismo, o sea, que no debíamos realizar otras labores que no fueran las inherentes al puesto. Por otra parte, como de lo que se trataba por Telmex era regular con los tiempos medidos y en base a determinadas rutinas de trabajo nuestra actividad para hacerla más productiva y por tanto más opresiva para el trabajador, por eso es que llegó a establecerse un acuerdo mutuo empresa/sindicato para la delimitación no sólo de las formas de cómo desarrollar el trabajo, sino además de los tiempos y lugares para el desempeño del mismo. En una palabra, en torno al puesto de trabajo se establecían las reglas del juego necesarias para la salvaguarda de los intereses tanto de la empresa como del trabajador.

El puesto era para el sistema telefónico lo que la célula al organismo vivo: la más elemental unidad de funcionamiento a través de la cual se le daba cuerpo a la telefonía como entidad productiva. Dondequiera que mirásemos, ya sea en los trabajos de mantenimiento (como los de Centrales o Redes), los de carácter administrativo o bien en Tráfico, en todos ellos encontrábamos que las actividades de los telefonistas se organizaban y desarrollaban en torno al puesto.

Segunda. La organización de trabajo en base al puesto era necesaria mientras la tecnología que se emplease generara una mayor y más diversificada división del trabajo. es lo que sucede con la tecnología electromecánica aplicada en las centrales, las plantas de fuerza, los trabajos de mantenimiento en general y en las oficinas. Lo mismo sucede con el desempeño de las labores en forma manual.

Pero cuando esta base tecnológica se sustituye por el automatismo basado en la computación y en la microelectrónica, ocurre un fenómeno contrario: en vez de dividirse más y más el trabajo, éste tiende a uniformarse y con ello a eliminar las diferencias que existen entre las labores de un departamento y otro, así como de un puesto a otro. En vez de brotar una variada serie de actividades diversas y con grados de calificación también desiguales, ocurre lo contrario: las labores sufren un proceso de simplificación. Por tanto, estos fenómenos opuestos –la uniformación, simplificación y descalificación de las labores del trabajador sindicalizado- van socavando las raíces sobre las cuales se levanta el desarrollo de las labores con base al puesto.

Tercera. Hasta antes de la introducción de las computadoras el procesamiento de la información técnica, administrativa, contable o financiera tenía que fragmentarse para su realización en varios puestos de trabajo. Pero con la aparición de las computadoras en las centrales, en Tráfico o en las oficinas sucede precisamente lo inverso: desde un solo lugar se pueden realizar y controlar los trabajos que hacen muchos otros puestos, con lo que, obviamente éstos ya salen sobrando. Dicho de otra manera, con las nuevas tecnologías se desarrollan desde un solo puesto actividades que anteriormente tendrían que repartirse entre varios trabajadores para su realización, al concentrar la realización y control de muchos procesos laborales en un solo mecanismo computarizado. Por lo tanto, se vuelve insuficiente la organización del trabajo en base al puesto, o lo que es lo mismo, a la Cláusula 12 del anterior contrato colectivo.

Cuarta. Al irse desmembrando poco a poco el puesto como la célula de trabajo, ¿qué pasaba con las reglas del juego que emanaban de él? ¿Cuáles eran? Veamos:

En el puesto se delimitaban tres cuestiones básicas: a) la materia de trabajo que se tenía que desarrollar, b) el trabajador que tiene que hacer esta actividad y c) las herramientas e instrumentos de trabajo necesarios para la ejecución de las labores. Los convenios departamentales no detallaban la forma en que estos tres elementos se combinaban, la manera en que, ya en el movimiento continuo del trabajo, se amalgamaban para hacer realidad la comunicación telefónica. Con respecto al primero, se estipulaba qué tipo de labores se tenían que desempeñar, la manera en que se dividían al interior de cada departamento y por lo regular se precisaba con mayor rigor lo establecido en la Cláusula 12 del CCT. Con referencia al segundo, los convenios establecían los derechos y deberes del trabajador sindicalizado, tales como los derivados del escalafón, las diferencias entre el eventual y el permanente, la forma como debía laborarse el tiempo extra, los márgenes de movilidad en casos de necesitarse, los permisos y el tipo de sanciones, etc. Del tercer aspecto, se marcaba en forma muy precisa el tipo de equipo y herramientas a operar, ya que por lo general la empresa ha estilado obligarnos a utilizar determinado equipo e instrumentos aún sin estar pactados como obligación en los convenios departamentales.

Concluyendo, a cada puesto correspondía una determinada fisonomía y combinación de estas tres partes fundamentales, así como una reglamentación sencilla de las condiciones de trabajo en que se tenían que desenvolver. Pero ahí no paran las reglas del juego.

Para la óptima articulación de estos tres elementos la empresa siempre ha necesitado un cuarto jugador: el personal de confianza que vigile, supervise, dirija e inspeccione la realización de los trabajos. Los alcances de sus funciones también vienen regulados en cada convenio departamental. Al aparecer este enjambre de capataces, necesariamente tiene que brotar su contrapeso: los delegados departamentales, ya que sin esta representación de los telefonistas la empresa acentuaría más y más su despotismo contra el trabajador para explotarlo sin mayor límite que su resistencia física. Pues bien, los convenios departamentales también regulan la cantidad, funciones y derechos de esta representación de los trabajadores telefonistas.

Por consiguiente, si la organización del trabajo en base al puesto se modifica conforme se vayan expandiendo las nuevas tecnologías en la empresa, es lógico que las normas pactadas en los convenios departamentales que regulaban las relaciones entre ésta y los trabajadores se fueran transformando. Ahora bien, este cambio se encuentra en sus comienzos ya que, como decíamos líneas atrás, apenas nos encontramos cuando mucho con el 15% de afectación de la planta telefónica por las nuevas tecnologías. Sin embargo, a pesar de lo reducido de éste ya se dejan ver con nitidez los nuevos fundamentos del trabajo que realizaremos en adelante los telefonistas.

El nuevo orden laboral

Al comenzar a romperse el puesto como la célula de trabajo, necesariamente tiene que brotar otra unidad elemental de producción. Ésta apareció en las revisiones de los perfiles de puesto: es el área de trabajo. No es casual, por consiguiente, la imposición que Telmex hizo en casi todos los perfiles; es el principio de una nueva relación laboral apoyada en una unidad de trabajo cuyas características básicas consisten en ser más flexibles que el puesto y de un mayor radio de acción para el desempeño de las labores. Donde las actividades no se ajustan en forma precisa a este criterio, tales como los trabajos de mantenimiento de la red o del equipo de conmutación, la célula de trabajo ahora es el perfil de puesto por categoría. Detallemos, pues, las peculiaridades de esta nueva forma de trabajo.

a) La materia de trabajo. de estar especificada casi con lujo de detalles en los convenios, ahora tenemos enunciados más genéricos en los perfiles. La Cláusula 12 se modifica en los siguientes términos: “Los trabajadores tendrán la obligación de desempeñar sus labores de acuerdo a lo establecido en el perfil de puesto que les corresponda según su categoría y cumplir en lo conducente con lo dispuesto en el Artículo 134 de la Ley Federal del Trabajo”. Con esta nueva cláusula se elimina el puesto como unidad de trabajo y la obligación de desempeñar únicamente las labores que eran normalmente inherentes al mismo. Esto se remite ahora a las labores del perfil de puesto según la categoría correspondiente.

La nueva redacción del contrato colectivo rompe la obligación que tenía la empresa de definir conjuntamente con el sindicato la forma, tiempo y lugares necesarios para la ejecución de las labores y nos remite a un artículo de la Ley Federal del Trabajo donde lo que predomina es el autoritarismo del patrón frente al trabajador. De principio a fin –como veremos-, la pose autoritaria de la empresa rompió la equidad que se establecía en el contrato colectivo y los convenios departamentales.

b) Los telefonistas sindicalizados. Por si algo se le escapara a Telmex de las redacciones generales de los perfiles de puesto, enunciados como los relativos a la realización de los trabajos con la flexibilidad y la buena fe de las partes, así como la realización de las actividades secundarias asociadas al puesto, cubren cualquier resquicio a través del cual el trabajador pudiera negarse a desempeñar alguna actividad que no estuviese incluida en los perfiles. Es el despotismo elevado a la máxima potencia el que baña las nuevas modificaciones que se hicieran en la “concertación” y que también se plasma en las modificaciones más relevantes, las cuales giran en torno a la movilidad del trabajador. Ahora, según reza la cláusula 184, debemos acatar la asignación o distribución de que seamos objeto por parte del personal de confianza. ¿En base a qué criterios? No se dice nada de esto. De hoy en adelante tendremos que luchar contra este despotismo empresarial resaltando cuestiones tales como la cercanía de lugar de trabajo de acuerdo a nuestros intereses particulares o los motivos de asignación, por ejemplo.

Bajo esta misma pose autoritaria, ahora al trabajador se le podrá mover “entre departamentos con actividades afines de la misma localidad y entre centros de trabajo de la misma población y sus zonas conurbadas”, de acuerdo a la frasecita acostumbrada: según lo requieran las necesidades del servicio (Cláusula 65). Por tanto, de aquella equidad plasmada en la anterior Cláusula 12 referente a la asignación del trabajador en los lugares de trabajo previamente acordados entre empresa y sindicato sólo quedó el recuerdo, pues se sustituyó por los criterios despóticos de la empresa en la movilidad.

El mismo tenor encontramos cuando sea necesaria la movilidad definitiva del trabajador fuera de su localidad, pues la empresa sólo tiene la obligación de avisarnos de la necesidad del traslado y de ajustarse, en todo caso, a lo establecido en la Cláusula 71 la cual, como veremos en el capítulo referente al empleo, constituye la puerta al reajuste de personal.

Todo esto nos indica un hecho importante: por la modernización se hará necesaria una movilidad más fluida del trabajador, tanto dentro como fuera de su centro de trabajo y/o localidad. Aprovechando que el Estado le brindó todas las facilidades, desde estos momentos la empresa modificó las reglas del juego imponiendo un despotismo que hace décadas ya había sido enterrado por las luchas de los telefonistas.

c) Los instrumentos de trabajo. punto cotidiano de conflicto entre la empresa y los telefonistas, el uso del equipo e instrumentos de trabajo necesarios ha quedado regulado también en términos generales tales como: “el uso de los recursos, equipo, herramientas y demás medios que la empresa proporcione para el desempeño de los trabajos” pactados en los perfiles de puesto. Con esto, la empresa se ha prevenido de una posible suspensión de labores ante la negativa del empleo de cierto equipo o instrumentos que no estuviesen pactados explícitamente en los perfiles.

d) Las condiciones de trabajo. Con la modernización todo mundo sabía que las condiciones de trabajo cada vez asumían un papel más importante, ya que las nuevas tecnologías modificaban casi radicalmente el uso del espacio, las condiciones ambientales, el tipo de desgaste del trabajador, la higiene y seguridad, las enfermedades y riesgos profesionales y, sobre todo, requería de una nueva relación del trabajador frente a los proyectos de modernización y la productividad y calidad del servicio.

Por esta razón, ya en algunos de los convenios departamentales que se revisaron antes de la “concertación”, así como en casi todos los proyectos de convenio que se estaban negociando con Telmex, se le daba una importancia primordial a que quedasen reguladas de manera explícita las cláusulas derivadas de las nuevas condiciones de trabajo que genera la modernización de la telefonía. Pero todas estas intenciones se estrellaron contra la dureza de la empresa por pactar algo al respecto. Su respuesta definitiva en la “concertación” fue tan sencilla como tajante: no incluir nada más aquello que ya estuviese pactado en algún convenio o minuta anterior. Todos los convenios respectivos de los departamentos fueron echados al cesto de la basura con una singular insolencia por los directivos de Telmex.

El despotismo legitimado

Después de todo esto, aún le faltaba a la empresa romper la importancia que habían cobrado las delegaciones departamentales. Y también lo hizo. Únicamente reconoció los permisos de tiempo completo para los delegados que ya estaban pactados en los convenios o minutas anteriores. Con esto se redujo sustancialmente la cantidad de delegados efectivos a nivel nacional y también disminuyeron sus funciones al quedar pactadas cláusulas tan lesivas como todas has que hasta aquí se han detallado.

En consecuencia, el contrapeso que se le hacía al personal de confianza ha sufrido un golpe importante. La balanza se inclinó en forma notoria hacia el cuerpo de capataces, a quienes ahora se les inyecta una sobredosis de autoritarismo. Es el sector que dentro de la esfera del trabajo ha salido más favorecido merced al pisoteo que se ha hecho de los telefonistas sindicalizados, así como de sus conquistas, arrancadas a través de una permanente lucha que ya alcanzaba casi los 40 años.

La nueva estructura nacional

Así como ha brotado una nueva organización del trabajo apoyada en los perfiles por categoría y las áreas de trabajo, de la misma forma se ha estructurado una nueva fisonomía de los telefonistas a nivel general: la fusión de numerosos departamentos para conformar especialidades a escala nacional. Con esto se ha roto el carácter local que tenían la mayoría de los departamentos, se diluyen las barreras regionales para dar paso a la movilidad de la materia de trabajo y de los telefonistas al seno de una misma especialidad en todo el país. Hoy la mayor parte de los telefonistas sindicalizados están concentrados en once grandes agrupamientos: redes, tráfico, administrativos, centrales, conmutadores, LD mantenimiento, LD construcción, almacenes, comercial, supervisión construcción redes e ingeniería proyectos de equipo, lo cual amplía en forma considerable el radio geográfico de aplicación de los perfiles de puesto.

Al surgir esta nueva fisonomía también se expanden las fronteras de las localidades, pues ahora las zonas conurbadas pasan a formar parte de las áreas geográficas de trabajo en las ciudades, con lo que la movilidad de los telefonistas adquiere una flexibilidad sin precedentes, presentándose a todos los niveles: al seno de un mismo departamento, entre un departamento y otro, de un centro de trabajo a otro, de la ciudad a sus zonas conurbadas y finalmente, a todo el territorio nacional. Por tanto, con esta nueva organización del trabajo la empresa legaliza el espacio geográfico de la movilidad.

El impacto que esto tiene sobre las condiciones de trabajo es notable, ya que las distancias que tiene que recorrer el trabajador cuando se aplique la movilidad ahora serán mayores, con el consiguiente aumento del costo y tiempo de la transportación, de la prolongación absoluta de la jornada de trabajo por esto mismo, el deterioro de la alimentación y la exposición más prolongada a los contaminantes (ruido, humo, tráfico, etc.). En última instancia, todo esto contribuye al incremento de los riesgos y enfermedades derivadas del trabajo.

Las revisiones de los perfiles

Con la “concertación” impuesta también se modificaron sustancialmente las revisiones de convenio. A partir de la posibilidad de revisar los perfiles en cada revisión de contrato colectivo, es decir, cada dos años, aparentemente tenemos una mejoría importante, ya que no tenemos que esperar 7 ó 9 años para que se cumplan las modificaciones sustanciales técnicas o administrativas señaladas en la anterior cláusula 189 del CCT. De todas formas, con la nueva redacción de esta cláusula y con el párrafo que se refiere a los perfiles en la nueva cláusula 193, tenemos de nueva cuenta la ambigüedad: éstos se revisarán cuando se modifiquen “en forma importante las condiciones de trabajo”, pero ahora con una diferencia notable. Nos referimos al empalme de las revisiones de los perfiles con las del contrato colectivo. Anteriormente, con las revisiones de convenio se establecía una lucha continua frente a la empresa para modificar los convenios departamentales y encontrar mejoría en el aspecto salarial. Esto a su vez dinamizaba la lucha sindical y en general propiciaba una mejor relación de fuerza del sindicato para enfrentar los conflictos de carácter nacional tales como las revisiones del contrato, las salariales o las negociaciones sobre modernización. Ahora, al juntar las revisiones de los perfiles con las del contrato colectivo, dicha continuidad se pierde, pues la empresa con esto tiene la capacidad de regular estas luchas, así como de fijarles tiempo: cada dos años.[2]

Pero no se crea que la modificación que de esto se hiciera por la empresa dará pie para revisar los perfiles de puesto de todas las especialidades cada dos años. Por el contrario, se impone como una forma para eliminar la cantidad de revisiones porque con el empalme de éstas con la revisión del contrato se afecta tanto el costo económico de los perfiles que se revisen, como el de este último. Dicha afectación es recíproca: la empresa no querrá elevar el costo de las revisiones del CCT porque al mismo tiempo tiene que desembolsar el de los perfiles, y viceversa.

Y como tiro de gracia, anteriormente había dos vías para revisar los convenios: una, por los motivos expuestos en la anterior Cláusula 189 y la segunda, por las modificaciones que trajera la modernización (Cláusula 193). Con la “concertación” se nos impone un solo camino para revisar los perfiles de puesto.

Esta ha sido la exposición de las principales características de la nueva relación de trabajo, impuesta con todo el peso y aval de cuatro entidades del gobierno federal: la Presidencia de la República, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la Secretaría de Programación y Presupuesto y la Secretaría de Trabajo y Previsión Social. A esto se suma el autoritarismo de Telmex y la sumisión de un Comité Ejecutivo Nacional lidereado por la cúpula hernándezjuarista que abandonó a su suerte a las comisiones departamentales para facilitarle a la empresa la imposición de los perfiles de puesto, de la misma manera como a los gladiadores se les arrojaba a los leones, sin mayor defensa que la justeza de sus argumentos y la reducida fuerza que pudieron estructurar en los momentos de la imposición. No en balde escogieron la negociación en Semana Santa, cuando es difícil articular una fuerza de presión, para precisamente hacernos caer en las garras de una “concertación” impuesta con todo el peso de la ley… de los ricos.

IV El aspecto económico de la “concertación”

Sostienen los funcionarios de gobierno y de Telmex que el costo de la “concertación para la modernización” fue de un 20% promedio de incremento al salario. En el supuesto de que en verdad hubiera sido una negociación para abrir las puertas a la modernización, a estos señores les hubiera costado un cambio tecnológico sin precedentes –que sólo ocurre aproximadamente cada 50 años- ese mísero porcentaje.

A cambio de ello tendrían incrementos notables en la productividad del trabajo que en muchos casos llega hasta el 400% con la aplicación de los sistemas de cómputo y que ya en estos momentos se dejan ver con ganancias netas estratosféricas que en 1988 alcanzaron casi un billón de pesos, es decir, casi cuatro veces más que en el ejercicio anterior. Por lo tanto, si este supuesto fuese cierto, a los telefonistas sindicalizados únicamente nos tocarían las migajas del pastel.

Pero como en realidad esta “concertación” se nos impuso no para darle paso a la modernización, sino para echar por tierra las normas y preceptos que regulaban ya dicha modernización, en realidad ese 20% de aumento salarial constituye el pago al sindicato por haber sacrificado lo medular del contrato colectivo, es decir, por haber renunciado a participar en los proyectos de modernización y desarrollo de la empresa. Claro que los coordinadores, miembros del Comité Ejecutivo Nacional y funcionarios de todo tipo negarán esta afirmación, pero los resultados ahí están para desmentir la demagogia.

A todos nosotros se nos dijo que en promedio era el 20% de aumento. Pero siempre se nos escondieron los detalles, tan importantes en estos asuntos: el primero de ellos, que graciosamente a los sectores más numerosos de trabajadores se les dieron porcentajes por debajo de dicho promedio, que en unos casos representaban un insulto del 3% de aumento, mientras que a porciones pequeñas de trabajadores se les dieron aumentos por encima del promedio. Segundo, los aumentos más altos fueron a los telefonistas de las secciones foráneas, los cuales oscilan entre el 20 y el 60%. ¿A cambio de qué? De padecer los efectos de la movilidad.

Tercero, y más importante, a casi todos los departamentos técnicos se les impusieron salarios bajísimos. Las excepciones son Centrales Mantenimiento, Larga Distancia Mantenimiento, Instalación y Recepción de Equipo y, aunque no precisamente sus labores son de naturaleza técnica, también las categorías superiores de las operadoras sacaron salarios más altos. Los salarios de la mayoría de las especialidades técnicas han quedado debajo de los compañeros de redes y de la mayor parte de los trabajadores administrativos. Esto no es nada casual.

Al desvalorizar los trabajos técnicos, es natural que los trabajadores opten por ir a las especialidades donde se paga más por menos requisitos de capacitación y calificación. Esto provocará un desdén por los trabajos de naturaleza técnica, con lo cual a Telmex se le facilitará absorber dichas labores. Hoy se desvaloriza a los técnicos para sustraerle al sindicato trabajos de alto grado de calificación. Esperemos que la resistencia sindical sea lo suficientemente fuerte para que este atropello tan funesto a nuestros intereses como trabajadores no se vea consumado.

Por último, amoldado plenamente a la política gubernamental, el Comité Ejecutivo Nacional no hizo ni el menor intento por utilizar la fuerza del sindicato para arrancar un pocentaje mayor por la revisión salarial, a pesar de que la situación política nacional daba los márgenes suficientes para por lo menos intentarlo. Fueron otros sectores como los maestros los que dieron el ejemplo.

V El sindicato

La tercera condición que el propio Comité Ejecutivo propagó fue el respeto a la “estructura sindical” como base para entrar a la “concertación”. Las modificaciones impuestas al contrato colectivo y a los perfiles de puesto dejan ver hasta qué grado se pisoteó tal afirmación. Analicemos, pues, la estructura sindical comenzando por los departamentos.

Según hemos visto, se abolieron las subcomisiones mixtas departamentales de capacitación, así como las de modernización y productividad que en breve estaban por estructurarse a nivel departamental. También eliminaron las comisiones de Cláusula 9ª en los departamentos donde ya funcionaban. Quedan, por consiguiente, sólo dos niveles de representación por especialidad: los delegados departamentales con una merma de sus fuerzas y las subcomisiones mixtas de higiene y seguridad. Por área se crea una subcomisión mixta de capacitación con una representación bien restringida.

Por lo que respecta a la estructura sindical a nivel nacional, se han eliminado la Comisión Mixta de Modernización, el Comité Central de Productividad y las mesas de trabajo que existían por región, centro de trabajo o departamento. Por lo tanto, de igual manera que se vino abajo la promesa del gobierno en turno y del CEN por respetar el contrato colectivo y la planta de trabajadores, así también se desmanteló una porción medular de la estructura sindical: aquella que tenía que ver nada menos que con la modernización, la productividad, la calidad del servicio, la capacitación a los departamentos y la reestructuración.

Esto consuma la pérdida notable de la influencia que teníamos como sindicato en los aspectos fundamentales de la telefonía y en el desempeño de las labores. A lo largo de casi 40 años de resistencia y de una lucha ininterrumpida contra la empresa, habíamos logrado establecer la equidad o por lo menos el respeto del telefonista sindicalizado durante la jornada de trabajo, en la relación empresa/trabajador. Hoy renace el autoritarismo de la primera, su poderío creció notablemente no porque se lo haya ganado a pulso, sino a raíz de la merma del nuestro, de la paliza propinada a través de la “concertación”.

Mucho se nos reprochó que como sindicato participábamos en la administración de la empresa a través de lo estipulado principalmente en la Cláusula 193. Como si fuera el pecado original, a los telefonistas se nos azuzaba por parte del Estado y de Telmex con esta afirmación. Nosotros respondemos: efectivamente, con la equidad alcanzada en el contrato colectivo de 1988 con respecto a la modernización, la empresa había aceptado que participásemos en la definición de “todos los aspectos técnicos y operativos de los proyectos de modernización, digitalización y nuevos servicios”. Esto, como se ve a primera vista, tarde o temprano brinda a los trabajadores posibilidades de participar en la administración del sistema telefónico. Y tanto Telmex como la propia Secretaría de Trabajo y Previsión Social –porque ahí fue donde se negociaron los acuerdos fundamentales que dieron cuerpo a la Cláusula 193- sabían desde abril de 1988 que con esto le abrían la puerta al sindicato en tales magnitudes. Hoy se hacen los occisos y se espantan porque la mano ruda y callosa del trabajador telefonista tenía voz y voto en la modernización que ellos mismos habían avalado. El Comité Ejecutivo, en vez de denunciar tal maniobra y evidenciar la mentira a la luz pública, siempre estuvo negando de manera agachona que el sindicato tuviera acceso a la administración de la telefonía, pensando que con esto el Estado daría marcha atrás en su intento por descargar el golpe sobre el sindicato.

La coparticipación del sindicato en los proyectos de modernización no era una “equivocación” de quienes le dieron el aval en la firma del contrato colectivo de 1988. Esto se debía a la conveniencia de involucrar a los trabajadores en la administración de las empresas al presentarse esta forma de automatismo apoyado en la microelectrónica; no hacían más que tomar el camino que ya habían recorrido los consorcios telefónicos de los países europeos más desarrollados.

Lo que mostraron tanto el gobierno en turno como los directivos de Telmex al expulsar al sindicato de la coparticipación es un completo desconocimiento del papel relevante que deben jugar los trabajadores en esta etapa de la modernización. Creen que las viejas políticas del garrote y el menosprecio a los trabajadores aún son compatibles con la realidad de nuestros días. Tarde o temprano la fuerza de la modernización los hará entender esta necesidad, ya que hoy la participación directa de los sindicalizados en los asuntos de la empresa no es un problema de voluntades; es un asunto que el propio automatismo necesita para desplegar la plenitud de sus energías.

El comportamiento práctico del Comité Ejecutivo Nacional

La docilidad y sumisión fue el rasgo práctico más común del CEN. Públicamente lo justificaba en aras de “no exponer a la Organización”, pero en realidad se trataba del apego irrestricto de Hernández Juárez y su camarilla as la política gubernamental, a la concepción priísta de cómo llevar adelante la modernización de la industria. En todos los casos en donde por iniciativa del Estado se han modernizado sectores de la economía, ello ha sido destruyendo la fuerza de las organizaciones sindicales. Así pasó con Aeroméxico, Ferrocarriles, en la industria automotriz, la siderúrgica y ahora en la telefonía.

Con nosotros se dio en momentos en que el gobierno en turno está renovando las figuras de sus caciques sindicales.esto acentuó el servilismo de Hernández Juárez ante el temor de ser desplazado por sus ya 13 años como secretario general, pues al seno del gobierno hay fuerzas que cada vez presionan más por desplazarlo. Él se agarró de la figura de mayor peso: el Presidente. Finalmente, se sostuvo no tanto por la elección de su tutor, sino por la forma tan humillante como acató la reducción del contrato colectivo, los convenios departamentales y la privatización de la telefonía.

La privatización

En los pasillos del local sindical durante la Asamblea Nacional era un secreto a voces que en la “concertación” también se estaban negociando a puerta cerrada los términos de la privatización de la telefonía.

La campaña de desprestigio al sindicato que previamente orquestó el capital privado con Televisa a la cabeza, no paró ahí. Poco antes de la negociación, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Andrés Caso Lombardo, había anunciado el acuerdo para la formación de empresas regionales de capital privado que compitieran con Telmex, salvo en el servicio local y de larga distancia. Posteriormente, el 22 de abril, en la inauguración del nuevo edificio del sindicato, dio a conocer el aval de dicha Secretaría para abrir las puertas a la iniciativa privada nacional y trasnacional en la telefonía celular. Por último, tres días después el director general de Alcatel-Indetel daba a conocer la concesión otorgada a esta empresa para manejar las redes superpuestas de servicios integrados que comprende “desde conmutadores, terminales, cableado y equipo en general, hasta la instalación y mantenimiento”.[3] Aún más: solicitará oficialmente que el 40% de las acciones del Estado manejadas a través de la banca SOMEX pasen a ser de su propiedad, “toda vez que el nuevo Gobierno ha patentizado su apertura en esta materia”, según dice la nota periodística. ¿Y el 11% restante de las acciones del Estado? ¿Fue un desliz o ya está vendido?

Pero todo esto sucede sin que tengamos una información oportuna por la empresa y el Comité Ejecutivo. De la primera, es de esperarse porque en la privatización de la telefonía también compite; pero del segundo no hay justificante alguna para ocultarnos de qué manera se juega con nuestro futuro laboral. No cabe duda que la prácticas priístas cada vez son más recurrentes y burdas. El caso de la desinformación no es la excepción para Hernández Juárez, el priísta “modernizado y modernizador”, como lo bautizara su padrino Carlos Salinas de Gortari.

VI Conclusiones generales

Durante todo el proceso de negociación se enfrentaron de hecho dos proyectos distintos sobre la modernización de la telefonía. Uno, que estaba pactado en el contrato colectivo de 1988 y que reconocía la necesidad de darle acceso a los telefonistas sindicalizados en las nuevas tecnologías y todo lo que se derivara de las mismas. Y otro, que sin renunciar a la modernización, cerraba por completo las puertas al sindicato, relegándolo a las tradicionales funciones de defensa y sobrevivencia. El segundo se impuso. Con esto se ha transformado la base legal que regula la relación capital/trabajo; ahora el perfil del nuevo contrato colectivo es el autoritarismo. Con este último como bandera, se han impuesto todos los proyectos de modernización que estaban pendientes sin dar oportunidad a las especialidades de negociar sus implicaciones en la materia de trabajo, la mano de obra y las condiciones de trabajo, como se hacía antes. De manera inmediata la empresa se ha quitado un gran obstáculo de encima al sacarnos de la jugada; se aprovecharán de esto para implantar todo lo relativo a la modernización: nuevos equipos, nuevos métodos de trabajo, sustracción de labores, eliminación de puestos y de empleo, etc.

Así podrán hacerlo durante muchos años más, pero tenemos la certeza de que todo proceso de modernización que excluye a los trabajadores no se desarrolla de manera óptima y tiende a estancarse. Su brillo será fugaz si no se toma en cuenta la voz de los telefonistas. Esta afirmación no es un conjuro ni algo por el estilo. La automatización que hoy protagonizamos se diferencia de las anteriores en que mientras estas últimas excluían más y más la importancia del trabajador, por el contrario la actual requiere necesariamente de su participación decisiva para que no sea flor de un día. No es casual, pues, que en el Japón a través de los sistemas de control total de calidad o en Europa por medio de los Comités de Representantes los telefonistas sindicalizados participen en las esferas de dirección de las empresas.

La coparticipación es una necesidad técnica del automatismo de nuestros días. Acostumbrados al uso de tecnología chatarra y sumidos en la cloaca del atraso económico-social propios del subdesarrollo, nuestros funcionarios de Estado y directivos de Telmex piensan que las nuevas tecnologías pueden coexistir con el trato despótico y autoritario sobre el trabajador, creyendo que entre menos preparado y más lejos se encuentre de las decisiones sobre modernización es mucho mejor.

Muy pronto se lamentarán de su error, sobre todo ahora que por la apertura al mercado y la producción mundiales tendremos que enfrentar una competencia más encarnizada, con monstruos tan crecidos como los monopolios japoneses, europeos y norteamericanos, comiéndonos el mandado hasta en nuestra propia casa. Para sobrevivir y sobresalir de esta lucha a muerte no son suficientes los esfuerzos de unos cuantos analistas sobre productividad, calidad y desarrollo; es necesario el esfuerzo colectivo de todos los que formamos parte de la telefonía y principalmente los telefonistas sindicalizados, porque en ellos está el conocimiento global y meticuloso de todo cuanto forma parte del espectro productivo que segundo a segundo protagonizamos. De ahí la importancia y necesidad de que nuestra voz y voto se hagan patentes a todos los niveles. La renuncia obligada del director de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, una de las figuras principales que optaba por la acción participativa de los telefonistas, no porque fuese sindicalista sino porque alcanzaba a comprender la magnitud de los cambios que necesitaba la modernización en materia laboral, es una muestra elocuente de cómo los tipos que han impuesto la ley del garrote devoran a los individuos, entre sus propias filas, que pueden llevar a la empresa mucho más lejos de lo que ellos puedan lograr.

Pero en manos de quienes hoy conducen el timón del Estado y el de la empresa lo importante es tener a la clase obrera con las alas rotas, para que ni siquiera haga el intento de levantar el vuelo. La “concertación” se dio a ritmo de machetazos, quedando inconclusas las revisiones de convenios, inseguro el empleo, el contrato y la estructura sindical mutilados, suprimidos casi al límite natural los descansos dentro de la jornada, los convenios disueltos, etc.

Pero eso sí, lo bueno es que en las Declaraciones del documento de “concertación” las partes se comprometieron a no disminuir los derechos del personal sindicalizado. Como se ve, en humor no escatimaron esfuerzos.

¿Qué nos queda a los telefonistas por hacer? Mucho. Defender nuestra materia de trabajo, construir lo destruido, no perderle la pista a la modernización, apoyarnos en ella misma para hacer valer nuestra voz, unir nuestras fuerzas a otros contingentes obreros para vencer la política laboral, económica y social del régimen priísta y empezar a sacudirnos los parásitos y vividores sindicales que tenemos por representantes, pues además de mantenerse como sanguijuelas durante 13 años, hoy evidenciaron burdamente su torpeza y una sumisión extremas ante aquellos que no se tentaron el corazón para darnos una puñalada ya que, a fin de cuentas, son de la misma familia.

Movimiento Democrático Telefonista

mayo-junio de 1989[4]

[1] Sobre la sustitución de la tecnología electromecánica por la digital, véanse Los telefonistas y la modernización, Proceso de trabajo y automatismo: el caso de Telmex, El automatismo en la oficina y Las operadoras y la modernización; respecto a la calidad y productividad, se pueden consultar: La productividad en Teléfonos de México: Crítica a la visión oligárquica de la productividad y Productividad y trabajo: el caso de Teléfonos de México.

[2] Todo esto, a su vez, le dio al Comité Ejecutivo el medio para desembarazarse de la presión continua de los departamentos por sus revisiones de convenio, así como de propiciar la intromisión del mismo en las decisiones sobre la revisión de los perfiles al empalmarlas con las del contrato colectivo.

[3] El Universal, 25 de abril de 1989, pág. 23.

[4] Imágenes de El Fisgón, Rocha, Palomo, Naranjo, Luis Fernando, Helguera y Ulises; los textos montados son de Poncho coyote.